Nos han dejado claro algo como arquitectos, que
los techos planos en una ciudad donde los días son largos, y el sol está
presente los 365 días del año, no ayudan para nada, que por cada árbol que no contemplamos, cada acera que no arborizamos, mientras más bajos sean nuestros
techos, mayores dolores de cabeza tendremos producto de la enorme cantidad de
radiación solar y menor cantidad de felicidad al salir a la calle.
Sabemos las normas y reglamentos básicos, un
edificio no puede estar en contra del viento, sus entradas deben contar con
aleros que den calidad espacial y buen trato al usuario, que las ventanas deben
tratar de estar hundidas en los muros, para evitar filtraciones e insolación
dentro de nuestras habitaciones. Sin embargo los conceptos y premisas suelen
suprimirse, ante las condiciones exigidas para un proyecto, que no siempre son
las más acertadas. Los edificios de hoy no solo deben enfrentarse a las duras
condiciones climáticas de esta zona del trópico, sino también a la dura
realidad, la inseguridad.
La inseguridad a traído nuevos ornamentos,
alambres de púas vergonzosamente rodeando paredes de bloque odiosamente mal
hechas, que dejan las aceras desnudas y sin ton ni vida.
La inseguridad ha traído sobre los bordes de las
paredes picos de botellas rotas, para defendernos, ha cubierto las ventanas de
barrotes, cercado nuestros frentes, cubierto nuestros patios. La gente invierte
más en salones en sus casas porque no existen espacios de libre esparcimiento
en calle. Nos acostumbramos a hacer todo en casa pues es donde nos sentimos
resguardados.
Son falsas seguridades vivir en una villa
cerrada, por igual lo que pase dentro de la villa difícilmente pueda conseguir
auxilio de la calle, a falta de visuales directas. Aunque en el interior de las
villas gozamos de aceras donde sí es posible caminar. Esto se ha hablado con
muchos arquitectos, nuestro estilo de vida cambia a favor de la inseguridad,
tanto que aquello de los vientos, agua y suelos quedan en segundo plano. Reduciendo
así las calidades espaciales, y resultando edificios que solo pueden vivir de
enormes gastos energéticos, porque se han convertido en mini fortalezas.
Los resultados están a la vista, conseguimos obtener
una ciudad sin fachadas, con el crecimiento de estas grandes manzanas cerradas,
una ciudad de edificios y calles independientes que no es capaz de relacionarse
la una con la otra.
Entonces es claro preguntarse. ¿Esto a la larga
no produce mayor inseguridad y detrimento de una ciudad que está de espaldas a
su realidad?
Si esto es así y vivir en fortalezas nos da seguridad,
entonces cabe preguntarnos, ¿por qué en ciudades que una vez fueron tan
violentas como una vez lo fue Medellín, las casas continúan con fachadas a las
calles, cercas bajitas, árboles en sus entradas, tanto en barrios afortunados
como en los desafortunados?
¿Entonces esto no será obra de una falsa
sensación de seguridad que nos lleva a vivir en una ciudad mal formada?
Cabe la pregunta.